Cuando tenia solamente diez años sufrí un accidente, una mala postura a la hora de impulsarme en la piscina y me cuello dobló conforme el suelo se lo dictó. Me dolió, fue una angustia ardua que ni el hielo me calmaba, ni el frío absoluto le molestaba; fui al médico conforne no pasa, los pasillas y sus pulcras paredes y suelos... Todo ese olor a muerte me enturbió y asustó. Atemorizada conté el suceso y todavía recuerdo sus pablabas: Deberías haber muerto en tal impacto, me sorprende que sigas respirando. Fue... ¿Curioso? Escuchar a un médico decirme eso y sólo ponerme un collarín y reposo.
De ese accidente hacen casi siete años y hoy me ha dado por recordar qué hubiese pasado si ese golpe hubiese roto mi cuello y hundido mi esófago cortándome la respiración. Me he dado cuenta de la felicidad de las personas que, seguro, darían su alma para viajar atrás y ahogarme en ese momento de debilidad. Yo, les hubiese dejado. Habría sido yo quien les hubiese dicho las palabras de ánimo para acabar conmigo. La “epidemia Laura” hubiese acabado ese día y nadie más tendría que haberme sufrido. Mis amigos hubiesen encontrado a compañeros mejores y más útiles, mi ex parejas no hubiesen tenido que soportar a este bodrío tan asqueroso y patoso, mi actual pareja dudo mucho que tardase en encontrar otra y jamás hubiese hecho daño a personas que no se lo merecían; por un momento de sufrimiento podría haber librado a personas de la maldición que soy pero soy incapaz de remediarlo actualmente, el suicidio está muy visto y, aunque mi amado Sartre lo defienda, yo no creo que eso lo mejores. Nadie lloraría, posiblemente dos o tres personas, pero solo por un par de días hasta que mi recuerdo desaparezca; otros levantarían los brazos al cielo y aclamarían a Dios por producir semejante milagro para la vida.
Pero existe ese miedo que nos paraliza las manos cuando la cuchilla está preparada y oyes a tu alter ego gruñirte suplicando liberación y venganza pero tú sólo clavas la cuchilla en tu cuerpo y esperas a que la sangre calme al monstruo que eres; suplicas con lágrimas en los ojos que todo acabe y se haga la oscuridad eterna porque ya no mereces ir a ningún paraíso en donde todas esas buenas personas descansarán algún día. Llora en silencio mancillada porque a los demás puede molestarle el ruido del agua salada que tus ojos desean expulsar y recuerda para que fuiste creada: para soportar el dolor y el odio ajeno, para ver cómo las personas a tu al rededor crean nidos felices para unos prósperos años y no debes de sentir envidia con ello porque recuerda muchacha que no viniste para ser feliz si no para descubrir la vida de las miserias y abandonos, para que la gente te pisotee y no puedas hacer nada por defender tu derecho y orgullo porque no eres más que una pelusa que se balancea conforme la mueve el viento a su son, siempre hacia el huracán que es tu vida.
Admítelo, tampoco se debe estar muerta, la gente muere por comprobarlo.
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