No huyan.

No teman de la oscuridad que aquí se pueda encontrar. No come a las personas, no las absorbe. Sólo formarán parte de un mundo loco.
Entre sin miedo.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Odio.

Un día te despiertas. Notas tu cuerpo cansado, pesado. Colocas tus pies, con cierta delicadeza, en el frío suelo. Miras tus pies; no son como los recuerdas. Te levantas de la cama y te notas sin fuerza. Te arrastras hasta el baño y te dejas caer sobre tus brazos, que antaño fueron fuertes, enfrente del espejo. Diriges tus ojos a tu reflejo, te repugna lo que ves: tu pelo largo ya no tiene brillo, (tal vez se lo llevó el mismo que robó tu sonrisa, tu ilusión, tus ganas de vivir), y cae lacio y sin vida por los lados de tu pálida cara. ¿Te acuerdas de los días en los que cuidabas tu perfecto moreno? Ya no están. Se fueron con las ganas de arreglarte. Tus labios ya no son carnosos: ahora las grietas de la edad los marcan. Ya sientes de nuevo las lágrimas en tus ojos, y eso que creías que ya no te quedaban; duele. Más que dolor es: Odio. Odio a tu mera existencia. Tienes que acabar, quieres vivir.
Un golpe seco en el lugar oportuno destroza el espejo. Los siete años de mala suerte los cambias por siete cortes. Siete líneas sangrientas que se dibujan en tu brazo. Siete caminos para dejar de Odiar. Pero, siete vidas no hay.

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