- Oh, Erick... - susurra una voz a mi espalda. - ¿Vienes a ver a Kira? - el tono meloso de Erika es realmente inconfundible. No hace falta que me gire a verla, sé que es idéntica a su hermana gemela; una ironía, ¿no? Sólo que ella no está al borde de la muerte, ya lo está. - ¿Has encontrado algo interesante en la cabaña de Hayley? Sabrás que está mal mirar cosas ajenas ¿verdad, chico malo? - Sus manos se cuelan por los pliegues de mi capa y rozan mi espalda. Su tacto es cálido, contrario a su hermana. Todavía me produce escalofríos pero en su momento elegí y me quedé con Kira aún con sus defectos. Ahora no sé que pensar. Oigo a Erika ronronear en mi oreja, noto sus labios en mi oreja.
Desaparece.
Me deja sólo en el pasillo con su calor recorriéndome por todo el cuerpo. Por un momento hubiese gritado un "Bésame" tan fuerte que cualquiera pudiese haberme malentendido pero ella sí que lo habría entendido. Pero mis labios han sido reservados para otro cuerpo cerca de la muerte.
Habitación 212. La habitación de Kira.
Y entro. Por un momento la luz me ciega y no soy capaz de ver la carita de ángel de Kira tumbada en la cama, inerte. Doy unos golpecillos en la puerta para que vuelva a la realidad: su espalda se arquea, sus ojos al máximo se abren y, con un rápido y ágil movimiento, me mira. Sus ojos son penetrantes y siento como trata de leerme el pensamiento mas no puede pasar por mis ojos azules, ahí se queda. Una sonrisa suya se asoma entre sus blancos dientes y por un momento siento el impulso de lanzarme a su lado para cuidarla como antes. Pero en mis labios no se asoma nada, no hay emoción ya ni en mi rostro ni en mi cuerpo. Es como si todo se hubiese ido al leer esos horribles papeles que Hayley tan bien había guardado.
Me siento al borde de la cama, hinco mis codos en mis rodillas y pongo la nariz a la altura de mis manos entrelazadas. A su vista, sólo ve mis ojos. Y yo sé que mi sombría faz la asusta, no quiero sonreír.
- ¿Qué te pasa, Erick? - su voz angelical me envuelve por completo, me aturde.
- ¿Qué te pasa a tí, Kira? ¿No tienes algo que contarme? - mi voz suena tan fría y calculadora que ya no se asemeja a la mía. - Enséñamelo.
- ¿El... El qué? - su voz tiembla. Su controlador cardiaco indica que sus pulsaciones están al máximo.
- Ya sabes el qué. - lanzo los papeles que tanto horror me habían producido sobre la cama, sobre sus piernas. - La razón por la que estás... - ella me calla.
- No quiero enseñártelo. Ni lo haré jamás.
- ¿Por qué?
- No es divertido enserñar...
un corazón robótico.
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