No huyan.

No teman de la oscuridad que aquí se pueda encontrar. No come a las personas, no las absorbe. Sólo formarán parte de un mundo loco.
Entre sin miedo.

miércoles, 5 de enero de 2011

Mentiras.

Otra sonrisa; falsa, como no. Se la devuelven; sí, con los ojos. No hay más gestos, más palabras. Su tiempo se acabó al tocar las doce el reloj de pared. Paró al terminar la fiesta, al caer todos dormidos y sólo quedar ellos en pie.
Guardan silencio, nadie habla. El ambiente es demasiado espeso, incómodo, extraño. No quieren decir la verdad, no desean aflorar sus deseos más profanos. Son sólo los tres, las tres personas que desearon jamás encontrarse: todo un peligro. Cual triángulo problemático de las típicas parejas que siempre terminan felices en las películas de comedia romántica; sí, esas tan falsas que no se asemejan ni en el color de la vida a la reliadad. Toda una burda mentira.
- ¿Qué hacemos? - ajeno a la escena que concurre a su al rededor trata de animar el ambiente. Pobre infeliz.
- ¿Qué quieres hacerm... hacer tú? - dice provocativa y con voz melosa la chica de pelo corto moreno situada a su izquierda. Se sienta sobre sus piernas en el sofá para tener más comodidad a la hora de echarse sobre el muchacho. Se apoya en su hombro y roza con la punta de su nariz la mejilla de este. Juega sucio, muy sucio.
La chica restante les mira tras los mechones de su desordenado pelo castaño. Juega a rizar las puntas para darle aire informal a la necesidad que tiene de levantarse y gritar odo, de expulsar afuera todo el miedo y la mentira. Descubrirlos. Está sentada a la derecha del muchacho y observa con atención la sonrisa falsa de la morena; le parece ridícula. Es un estorbo en su plan, pero un divertido juguete. Alguna que otra mentira más.
- Algo que podamos hacer los tres... - dice el incómodo muchacho - A tí, ¿qué te apatece?
Se ha dirigido a la callada, a la derecha. A la extraña. A la distante. Pero ella no le habla, al menos le mira. La verdad es que no ha movido sus labios desde que entró por la puerta de esa estúpida fiesta. Sólo muestra una sonrisa carente de emociones que la hiere emocionalmente tan fuerte que la deja al borde de la inconsciencia, pero ella es demasiado fuerte para poder hundirse; y menos ahora. La verdad le oprime tras los dientes, desea salir y poder inspirar aire puro. Forman parte de un acertijo de mentiras y verdades escondidas tras los corazones inservibles de los seres humanos, si así se pueden llamar, que tirados en el suelo descansan sin darse cuenta de la tensión que se es capaz de inhalar en el ambiente. Los deseos de la castaña son tan locos, tan profanos... tan atrevidos.
- ¿Que qué quiero yo? - sonríe. - Es muy simple, hasta lo vaís a entender. Además, sólo precisa de unos pocos segundos... - roza el filo del cuchillo escondido entre los pliegues de su extraña falda.
Está lista para decir la verdad.
Y la suelta. Las verdades se deslizan cual la hoja del cuchillo por las gargantas de los dos presentes. La morena, muerta al suelo cae. El chico, con cortes leves pero demasiado asustado para hablar. Se levanta y se sienta sobre la morena. Los ojos del incordio están abiertos a todo su tope y mira sin mirar con un horror inconfundible a su asesina la cual, con sumo cuidado, desliza la hoja por el rostro de esta y redondea los labios: se los arranca. Los tira. Una mentirosa menos.
Se acerca con cuidado al chico que se hace un ovillo tratando de ser pequeño en el sofá. Se sienta con cuidado a su lado y con, solamente, la punta le roza la columna vertebral. Sigue su forma y nota el escalofrío del joven.
- ¿Por qué no decimos la verdad? Sé que quieres saberla... - apoya su pecho sobre la espalda del joven y se amolda a su cuerpo: trata de ser una bola a su al rededor, como él. Presiona el cuchillo contra su nuca y lame el pequeño rastro que la sangre deja. Le resulta tan atractivo el férrico sabor de la sangre que cae en la tentación de absorver cual vampiro mitólogico. Pero ella no se derrite al ver el sol o cruces. No arde al entrar a las iglesias. Pero sí es inmortal, como ellos. - La verdad es que te quiero. Pero juegas de pena.
Una presión más certera.
Adiós muchacho.

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