+ Ayer soñé contigo.
- Ah, ¿sí? Y, ¿qué pasaba?
+ Verás, ya tenía las maletas hechas y en la puerta de mi casa. Me despedía de las pocas personas que habían venido a darme algún objeto sin valor para poder recodarlos en el fururo; tú no estabas... Yo estaba triste porque a ti si te iba a recordar sin necesidad de objeto alguno...
- ¿Te extraña?
+ ¡Chst! Calla que no he terminado. Mis pasos vacilantes y temerosos del futuro me llevaban al andén. Y ahí estabas tú: triste, con miedo, perfecto. Como siempre. Te acercabas y me rozabas la cara con las yemas de tus dedos. Me decías que no me fuese. Que me quedase en la ciudas un poco más. Que querías decirme el gran vacío que se alojaría en tu pecho al irme yo.
- No suena eso a mis palabras...
+ Lo sé, ¿no ves que era un sueño?
No huyan.
No teman de la oscuridad que aquí se pueda encontrar. No come a las personas, no las absorbe. Sólo formarán parte de un mundo loco.
Entre sin miedo.
sábado, 5 de marzo de 2011
jueves, 3 de marzo de 2011
Enfermedad, aléjate de aquí.
¡Hola, hola mis queridísimos y pocos lectores!
Os traigo un video que hicimos un compañero y yo el año pasado, ¡disfrutar!
¿Estás enfermo?
martes, 22 de febrero de 2011
Quando le stelle cadranno dal cielo, tutto ha una luce strana.
"Cuando una estrella cae del cielo, todo tiene una extraña luz"
De la cual no nos damos cuenta hasta que ha llegado el momento. Porque somos seres ciegos ante los milagros y las perfecciones. Vivimos en tal mundo de ideales e indiferencias que todo nos es sumamente distante y desconocido ya bien pueda ser algo que vimos ayer o hace más de diez años. No somos capaces de percibir la hermosura de las cosas tal cual nos rodean, sólo vemos aquello a lo que nos han obligado a creer con nuestra edad. Por eso, los prejuicios no nos abandonan. ¿Quién no ha juzgado alguna vez a una persona sin haberla conocido? ¿Quién ha dicho que no ante una aventura sin tener ni idea de qué trata? ¿Quién no ha rechazado una carta de San Valentín por venir del - de la - desafortunado/a de la clase o del colegio? Sólo por estúpidos estereotipos...
Porque no somos capaces hoy en día de ver más allá de la máscara que es el cuerpo humano - u otros objetos opacos o, incluso, ideas - para adentrarnos en lo más profundo del alma y maravillarnos ante su hermosura. Las personas que sí lo hacen, que son capaces de leer en lo más profundo de su ser y contestan un energético "sí" a todo aquello que se les plantea y, al leerlo, lo encuentran interesante son aquellas que en el fondo sí disfrutan de la existencia. Porque vinimos a la vida para usarla y aprovecharla y no tirarla cual trasto viejo u hoja gastada y rallada por tonterías infantiles a la basura; vivimos para ver la belleza con nuestros propios ojos humanos los cuales ya no ven nada por su censura y las vagas ideas del horrible mundo en el que creemos vivir y nos han obligado a verlo con esta estúpida norma de: " no más de aquí". Por ello, cuando las estrellas caen sobre la tierra nosotros nos encerramos en nuestros cuartos con una consola, una televisión, un ordenador... Algo de ocio - jamás de cultura - porque nos parece tan sumamente tonto molestarse en ir a mirarlo, pensamos que perderemos nuestro "valioso tiempo" - ya que aún así lo malgastamos nosotros mismos solitos, sin ayudas ajenas -. Pero los que si van, los que saben apreciar lo hermoso en cosas pequeñas y prefieren perder el tiempo descubriendo tales cosas que encerrados, sabemos y disfrutamos de la lluvia de lucecillas extrañas y curiosas que caen sobre la superficie terrestre a nuestros pies.
Nosotros sabemos vivir de verdad. Por ello hermanos, coger mi mano y seguirme a más allá de la mirada, crucemos el umbral con los ojos bien abiertos y espectantes. Cegémonos con las luces del alba, respiremos aire sin preocuparnos de su aroma, sintamos el tacto del viento rozar nuestro cuerpo.
Juntémonos humanos, fusionémonos con aquellos que saben sentir la vida tal como es - cuando así se desea - maravillosa cuando los rayos de sol te rozan la cara inaugurando un nuevo y divertido día más.
domingo, 6 de febrero de 2011
Fusionémonos.
Su violín sonaba con dolor y desesperación. Estaba sentada sobre la roca cerca del lago donde la había encontrado la últma vez. Su pelo negro ondeaba al viento soltando ligeras gotas de agua que resplandecían por brillo propio ante la luna llena que reinaba en la luz del claro. Podía sentir como ella tenía los ojos cerrados para disfrutar de cada nota que escapaba por sus manos, por sus dedos, por su dulce música.
¿Todavía estaría enfadada? Él sólo había hecho lo que su hermana menor le había pedido. Pero ella no quería volver... ¿O sí? Era la primera vez que veía alguien como él y se sintió extraño al notar sentimientos contradictorios a los suyos... O, incluso, iguales con diferentes matices. Si pudiese sudar, seguro que ahora mismo estaría empapado. Si pudiese sonrojarse, seguro que estaría rojo de vergüenza. Si pudiese hablarla, lo haría.
Piensa en dar un paso al frente pero sus rodillas tiemblan. Piensa correr pero una presión lo retiene. Cree poder rozarla en su distancia de cinco metros pero sabe, que aunque puede expanderse, sus moléculas acuosas se desharían al tocarla. Por un momento, recapacita sobre si a ella le pasa lo mismo cuando piensa en él. Pero, ¿qué dice? ¿Por qué tendría ella que pensar en él? Y, ¿por qué no? ¿Acaso no es lo suficientemente bueno para ella? ¿Quién se creía?
Estaba perdiendo la cabeza.
- Danna - la llama - ¿por qué no te vienes con nosotros? - su voz tiembla ligeramente al decir nosotros. Estaba harto de que Alex se llevase a todas las chicas de calle. Esperaba que con Danna, su encanto no funcionase. La quería para él solo. Sólo para él.
Al oír su voz, la música se distorsiona. Suenan unos acordodes que anuncian terror, miedo y odio. Se para de golpe y su cabeza gira ligeramente hacía él.
- Los de mi es... Nuestra especie no se relacionan con inmundes humanos.
Puede parecer idiota pero una ilusión crece en su pecho al escuchar que formaban de la misma especie. Eso podía darle oportunidades.
- Tu hermana sí que lo hace...
- Ella no es como yo. Además, le gusta que la necesiten. Sin el oxígeno que les da, no pueden sobrevivir.
- Los humanos son un setenta por ciento agua, Danna...
- Nosotros un noventa y nueve por ciento, Safiro. - Su cuerpo se derrite ante sus ojos y se materializa en frente suya. Sus ojos color aguamarina son tan profundos como las profundidades del mar de donde viene y se esconde. - No somos humanos. Se creen que pueden controlarnos cuando a nosotros sólo nos gusta fluir y nadar. Nos gusta sentir la libertad en cada molécula de agua de nuestro acuoso cuerpo. - Sus manos juguetean con los blancos mechones de su agitado pelo. Cierra los ojos. Aún siente los de Danna contra su rostro. A Safiro le gustaría poder suspirar al sentir su manos fundirse con su pelo y colarse dentro de él. ¿Por qué se sentía así?
- Danna... - Nota como sus extremidades se vuelven acuosas. Piensa que se va a derretir ante su contacto. - ¿Qué... Qué me pasa? - Su voz comienza a llenarse del tono con sonido a agua que tanto le disgusta. Nota la presencia de Danna más cerca de su rostro, siente que sus manos se han fundido en completo con él. Sus nervios aumentan, su cuerpo se derrite con mayor rapidez. - ¿Qué... Qué m-me haces?
- Fusionémonos. Unámonos en uno. Fúndete con tu mismo ser, Safiro... - susurra la pelinegra contra la piel de su hombro. ¿Cómo ha llegado ahí? Pero si... - ¿No es lo que sientes? ¿No notas nuestra esencia juntarse?
No lo notaba. ¡Y tanto que lo notaba! Asustaba, daba miedo. Le gustaba. Le hacía sentirse vivo; su esencia, esa pequeña bolita interior que le hacía comprenderla, se expandía por su ser chocándose con otra alma acuosa. Chispas que saltaban hacía todos lados, roces y caricias eléctricas, aunque de forma contradictoria, los unían a ambos. La sentía tan cerca que casi podía admitir que latían al unísolo.
Y desapareció.
Dejándolo solo y desconcertado, abandonado y jadeando.
El valle volvió a su oscuridad habitual.
¿Todavía estaría enfadada? Él sólo había hecho lo que su hermana menor le había pedido. Pero ella no quería volver... ¿O sí? Era la primera vez que veía alguien como él y se sintió extraño al notar sentimientos contradictorios a los suyos... O, incluso, iguales con diferentes matices. Si pudiese sudar, seguro que ahora mismo estaría empapado. Si pudiese sonrojarse, seguro que estaría rojo de vergüenza. Si pudiese hablarla, lo haría.
Piensa en dar un paso al frente pero sus rodillas tiemblan. Piensa correr pero una presión lo retiene. Cree poder rozarla en su distancia de cinco metros pero sabe, que aunque puede expanderse, sus moléculas acuosas se desharían al tocarla. Por un momento, recapacita sobre si a ella le pasa lo mismo cuando piensa en él. Pero, ¿qué dice? ¿Por qué tendría ella que pensar en él? Y, ¿por qué no? ¿Acaso no es lo suficientemente bueno para ella? ¿Quién se creía?
Estaba perdiendo la cabeza.
- Danna - la llama - ¿por qué no te vienes con nosotros? - su voz tiembla ligeramente al decir nosotros. Estaba harto de que Alex se llevase a todas las chicas de calle. Esperaba que con Danna, su encanto no funcionase. La quería para él solo. Sólo para él.
Al oír su voz, la música se distorsiona. Suenan unos acordodes que anuncian terror, miedo y odio. Se para de golpe y su cabeza gira ligeramente hacía él.
- Los de mi es... Nuestra especie no se relacionan con inmundes humanos.
Puede parecer idiota pero una ilusión crece en su pecho al escuchar que formaban de la misma especie. Eso podía darle oportunidades.
- Tu hermana sí que lo hace...
- Ella no es como yo. Además, le gusta que la necesiten. Sin el oxígeno que les da, no pueden sobrevivir.
- Los humanos son un setenta por ciento agua, Danna...
- Nosotros un noventa y nueve por ciento, Safiro. - Su cuerpo se derrite ante sus ojos y se materializa en frente suya. Sus ojos color aguamarina son tan profundos como las profundidades del mar de donde viene y se esconde. - No somos humanos. Se creen que pueden controlarnos cuando a nosotros sólo nos gusta fluir y nadar. Nos gusta sentir la libertad en cada molécula de agua de nuestro acuoso cuerpo. - Sus manos juguetean con los blancos mechones de su agitado pelo. Cierra los ojos. Aún siente los de Danna contra su rostro. A Safiro le gustaría poder suspirar al sentir su manos fundirse con su pelo y colarse dentro de él. ¿Por qué se sentía así?
- Danna... - Nota como sus extremidades se vuelven acuosas. Piensa que se va a derretir ante su contacto. - ¿Qué... Qué me pasa? - Su voz comienza a llenarse del tono con sonido a agua que tanto le disgusta. Nota la presencia de Danna más cerca de su rostro, siente que sus manos se han fundido en completo con él. Sus nervios aumentan, su cuerpo se derrite con mayor rapidez. - ¿Qué... Qué m-me haces?
- Fusionémonos. Unámonos en uno. Fúndete con tu mismo ser, Safiro... - susurra la pelinegra contra la piel de su hombro. ¿Cómo ha llegado ahí? Pero si... - ¿No es lo que sientes? ¿No notas nuestra esencia juntarse?
No lo notaba. ¡Y tanto que lo notaba! Asustaba, daba miedo. Le gustaba. Le hacía sentirse vivo; su esencia, esa pequeña bolita interior que le hacía comprenderla, se expandía por su ser chocándose con otra alma acuosa. Chispas que saltaban hacía todos lados, roces y caricias eléctricas, aunque de forma contradictoria, los unían a ambos. La sentía tan cerca que casi podía admitir que latían al unísolo.
Y desapareció.
Dejándolo solo y desconcertado, abandonado y jadeando.
El valle volvió a su oscuridad habitual.
domingo, 23 de enero de 2011
Cada vez que una luz del cielo se apaga, muere una ilusión.
Hacía meses que no veía a la profe. Le habían dicho que estaba malita y se encontraba mal pero ya debería haberse curado. La echaba de menos. Ya no se podía calentar bajo los brazos de la señorita Lea. Ella era la única del pueblo que podía entenderlo cuando nadie lo hacía, ella lo cuidaba con esmero y le daba esperanzas e ilusiones para seguir jugando y luchando por vivir y respirar.
Aunque sí la veía cada día sentada en la base de un tronco mirando a las estrellas mientras acariciaba con ternura a su mascota. Pero aunque Alan la llamaba, ella no respondía. Era como si Lea se encontrase más allá de ese mundo. Pero al fin y al cabo no era del mundo de Alan... Pero durante un año se había hecho pasar por tal.
Decidió que no podía dejarla triste.
- ¡Señorita! - la llamó Alan mientras entraba en el jardín de la casa de su profe. Llevaba una linda florecilla que había crecido esa noche en su ventana: era de un tallo largo y verde esmeralda mientras que sus petalos lucían el bonito color malva que sabía que tanto le gustaba. - Te traigo un regalo, profe. - se cuela a su lado y trata de mirarla a los ojos. - ¿Te pasa algo profe? ¿Te encuentras mal? ¿Todavía estás malita? - con miedo, extiende la flor a su señorita. Se ha fijado en la humedad bajo los ojos cerrados de su profesora. ¿Habrá estado llorando?
- No, Alan... - su voz suena apagada. Ha llorado. - Sólo he estado pensando...
- ¿En qué?
Con delicadeza cogío la flor. La miró durante un minuto intenso y largo. Incluso la mirada de su perro parecía perdida. Él sí que olió la florecilla y se embargó por su delicioso aroma.
- En que ya no existe nada.
- ¿A qué se refiere profe? - Alan se sentó a su lado con la cabeza ligeramente ladeada a la izquierda a modo de más inri.
- Alan, cuando te vuelvan a decir que existen las ilusiones; te mienten. Todo en lo que creas es irreal e ilógico. Yo pensaba que podía cambiar el mundo con un poquito de mí y con un poquito de cabeza y ¡mírame! Muerta y en un lugar distinto al mío, tratando de ayudaros en lo que sea pero siendo más inútil que... Que... ¡No sé! ¡Que yo misma! Que no he sido capaz de dirigir mi vida en el buen sentido y aún menos de cumplir cualquier sueño porque ¡no existen! Todo son burdas mentiras sin lógica alguna. Así que, Alan, haz algo ya de lo que alegrarte y no vuelvas a tener ninguna esperanza más porque todo, absolutamente todo lo que tú desees, sueñes o aspires no existe. Ni tu felicidad ni tus conocimientos porque es absolutamente falso.
- Pero... Lea... - solloza el muchacho.
- No me llores. Eso tampoco sirve. Hay que acostumbrarse a estar triste y sin esperanzas para mejorar. Vete.
Mientras Alan se alejaba corriendo con lágrimas en los ojos para avisar a alguien, Lea destrozaba con las uñas la pequeña florecilla para que no le diese ninguna esperanza.
Aunque sí la veía cada día sentada en la base de un tronco mirando a las estrellas mientras acariciaba con ternura a su mascota. Pero aunque Alan la llamaba, ella no respondía. Era como si Lea se encontrase más allá de ese mundo. Pero al fin y al cabo no era del mundo de Alan... Pero durante un año se había hecho pasar por tal.
Decidió que no podía dejarla triste.
- ¡Señorita! - la llamó Alan mientras entraba en el jardín de la casa de su profe. Llevaba una linda florecilla que había crecido esa noche en su ventana: era de un tallo largo y verde esmeralda mientras que sus petalos lucían el bonito color malva que sabía que tanto le gustaba. - Te traigo un regalo, profe. - se cuela a su lado y trata de mirarla a los ojos. - ¿Te pasa algo profe? ¿Te encuentras mal? ¿Todavía estás malita? - con miedo, extiende la flor a su señorita. Se ha fijado en la humedad bajo los ojos cerrados de su profesora. ¿Habrá estado llorando?
- No, Alan... - su voz suena apagada. Ha llorado. - Sólo he estado pensando...
- ¿En qué?
Con delicadeza cogío la flor. La miró durante un minuto intenso y largo. Incluso la mirada de su perro parecía perdida. Él sí que olió la florecilla y se embargó por su delicioso aroma.
- En que ya no existe nada.
- ¿A qué se refiere profe? - Alan se sentó a su lado con la cabeza ligeramente ladeada a la izquierda a modo de más inri.
- Alan, cuando te vuelvan a decir que existen las ilusiones; te mienten. Todo en lo que creas es irreal e ilógico. Yo pensaba que podía cambiar el mundo con un poquito de mí y con un poquito de cabeza y ¡mírame! Muerta y en un lugar distinto al mío, tratando de ayudaros en lo que sea pero siendo más inútil que... Que... ¡No sé! ¡Que yo misma! Que no he sido capaz de dirigir mi vida en el buen sentido y aún menos de cumplir cualquier sueño porque ¡no existen! Todo son burdas mentiras sin lógica alguna. Así que, Alan, haz algo ya de lo que alegrarte y no vuelvas a tener ninguna esperanza más porque todo, absolutamente todo lo que tú desees, sueñes o aspires no existe. Ni tu felicidad ni tus conocimientos porque es absolutamente falso.
- Pero... Lea... - solloza el muchacho.
- No me llores. Eso tampoco sirve. Hay que acostumbrarse a estar triste y sin esperanzas para mejorar. Vete.
Mientras Alan se alejaba corriendo con lágrimas en los ojos para avisar a alguien, Lea destrozaba con las uñas la pequeña florecilla para que no le diese ninguna esperanza.
domingo, 16 de enero de 2011
¿Ves el final del túnel? ¿No? Yo tampoco.
El sueño se ha vuelto oscuro a mi alrededor. Estoy sola en este entorno hostil sin salida alguna a ninguna parte. No la veo, tengo miedo. La Esperanza se marchó con la Ilusión a comprar Felicidad... No han vuelto todavía... ¿Qué les habrá pasado? Me prometieron que no me dejarían sola a merced de las horribles Ira, Dolor, Rabia y Desesperación... Que la fiesta no se iría con ellas sin mí. ¿Por qué no vuelven?
Y eso es lo que me produce este miedo inexplicable. ¿Estoy sola? ¿Abandonada? O, quizás, sólo son imaginaciones mias... No sé, no sé... Parece tan real que siento como la negrura se introduce en cada poro de mi piel y oscurece cada órgano de mi cuerpo. Me da frío. Me da terror. Me da... Gusto.
Se supone que tal sueño como es éste debería ser feliz y de colorines mas, es amargo y oscuro. Me marea y me distrae. Parece que subí a una montaña rusa sin cinturón y que a cada curva que dé, corro el riesgo de caerme de la atraccíon y precipitarme al vacío. O, tal vez, símplemente me he fumado el porro mal. Debería haber comprobado si la marihuana era bueno, si era de fiar; o quizás habrá sido por pegar el papel de periódico - con el que lo he liado - con superglú; y debería haberle pedido al "camello", ese señor tan raro con un tick en el ojo izquierdo y mirada extraña, que me explicase cómo se fumaba; por un lado ya sé que no.
A voz de pronto veo luces. Pequeñas e incandescentes bailarinas naranjas que guían y siguen mis pasos como alumbrándome en la oscuridad; pero son tan débiles para mostrármelos que todavía no encuentro una buena salida a ese tubo oscuro. Mis andares se guían por lo que mi cerebelo pueda decirme y los pasos a ciegas me acompañan. No noto nada al rededor mía, es como si no hubiese paredes cerca, no puedo concretar la distancia pero tal vez sí hay. O quizás no. Seguramente estoy en aquel lugar llamado limbo, al cual van los bebes recién nacidos que están sin bautizar - según los idiotas cristianos que se creen superiores a los demás por su bautizo - o el lugar en el cual los Dioses griegos reposaban mirando a los tontos mortales con aires de divinidad.
Pero... ¿¡Qué es eso!?
Una luz de golpe me ciega al final de este oscuro callejón.
Uso mis pocas fuerzas restantes para alcanzarla lo antes posible. Mis gemelos me queman pero las ilusiones no los paran. Y de golpe una idea me para los pies... ¡El cielo! Estoy muerta, este debe ser el puente oscuro que te lleva a su entrada. O no, no quiero morir. No estoy preparada. No he hecho nada para merecer esto. Por favor, Dios perdóname.
Sigo andando hacia la luz traicionera sabiendo que así podré pedírselo a la cara y que me perdone.
Mi corazón late con fuerza. ¿Mi corazón? Entonces... No puedo estar muerta. ¿O sí?
La luz me ciega por completo. Mi pulso se acelera. La atravieso
Miro a mi al rededor. Pero... ¡coño! ¡Si estaba en un túnel en la carretera!
Y eso es lo que me produce este miedo inexplicable. ¿Estoy sola? ¿Abandonada? O, quizás, sólo son imaginaciones mias... No sé, no sé... Parece tan real que siento como la negrura se introduce en cada poro de mi piel y oscurece cada órgano de mi cuerpo. Me da frío. Me da terror. Me da... Gusto.
Se supone que tal sueño como es éste debería ser feliz y de colorines mas, es amargo y oscuro. Me marea y me distrae. Parece que subí a una montaña rusa sin cinturón y que a cada curva que dé, corro el riesgo de caerme de la atraccíon y precipitarme al vacío. O, tal vez, símplemente me he fumado el porro mal. Debería haber comprobado si la marihuana era bueno, si era de fiar; o quizás habrá sido por pegar el papel de periódico - con el que lo he liado - con superglú; y debería haberle pedido al "camello", ese señor tan raro con un tick en el ojo izquierdo y mirada extraña, que me explicase cómo se fumaba; por un lado ya sé que no.
A voz de pronto veo luces. Pequeñas e incandescentes bailarinas naranjas que guían y siguen mis pasos como alumbrándome en la oscuridad; pero son tan débiles para mostrármelos que todavía no encuentro una buena salida a ese tubo oscuro. Mis andares se guían por lo que mi cerebelo pueda decirme y los pasos a ciegas me acompañan. No noto nada al rededor mía, es como si no hubiese paredes cerca, no puedo concretar la distancia pero tal vez sí hay. O quizás no. Seguramente estoy en aquel lugar llamado limbo, al cual van los bebes recién nacidos que están sin bautizar - según los idiotas cristianos que se creen superiores a los demás por su bautizo - o el lugar en el cual los Dioses griegos reposaban mirando a los tontos mortales con aires de divinidad.
Pero... ¿¡Qué es eso!?
Una luz de golpe me ciega al final de este oscuro callejón.
Uso mis pocas fuerzas restantes para alcanzarla lo antes posible. Mis gemelos me queman pero las ilusiones no los paran. Y de golpe una idea me para los pies... ¡El cielo! Estoy muerta, este debe ser el puente oscuro que te lleva a su entrada. O no, no quiero morir. No estoy preparada. No he hecho nada para merecer esto. Por favor, Dios perdóname.
Sigo andando hacia la luz traicionera sabiendo que así podré pedírselo a la cara y que me perdone.
Mi corazón late con fuerza. ¿Mi corazón? Entonces... No puedo estar muerta. ¿O sí?
La luz me ciega por completo. Mi pulso se acelera. La atravieso
Miro a mi al rededor. Pero... ¡coño! ¡Si estaba en un túnel en la carretera!
miércoles, 5 de enero de 2011
Mentiras.
Otra sonrisa; falsa, como no. Se la devuelven; sí, con los ojos. No hay más gestos, más palabras. Su tiempo se acabó al tocar las doce el reloj de pared. Paró al terminar la fiesta, al caer todos dormidos y sólo quedar ellos en pie.
Guardan silencio, nadie habla. El ambiente es demasiado espeso, incómodo, extraño. No quieren decir la verdad, no desean aflorar sus deseos más profanos. Son sólo los tres, las tres personas que desearon jamás encontrarse: todo un peligro. Cual triángulo problemático de las típicas parejas que siempre terminan felices en las películas de comedia romántica; sí, esas tan falsas que no se asemejan ni en el color de la vida a la reliadad. Toda una burda mentira.
- ¿Qué hacemos? - ajeno a la escena que concurre a su al rededor trata de animar el ambiente. Pobre infeliz.
- ¿Qué quieres hacerm... hacer tú? - dice provocativa y con voz melosa la chica de pelo corto moreno situada a su izquierda. Se sienta sobre sus piernas en el sofá para tener más comodidad a la hora de echarse sobre el muchacho. Se apoya en su hombro y roza con la punta de su nariz la mejilla de este. Juega sucio, muy sucio.
La chica restante les mira tras los mechones de su desordenado pelo castaño. Juega a rizar las puntas para darle aire informal a la necesidad que tiene de levantarse y gritar odo, de expulsar afuera todo el miedo y la mentira. Descubrirlos. Está sentada a la derecha del muchacho y observa con atención la sonrisa falsa de la morena; le parece ridícula. Es un estorbo en su plan, pero un divertido juguete. Alguna que otra mentira más.
- Algo que podamos hacer los tres... - dice el incómodo muchacho - A tí, ¿qué te apatece?
Se ha dirigido a la callada, a la derecha. A la extraña. A la distante. Pero ella no le habla, al menos le mira. La verdad es que no ha movido sus labios desde que entró por la puerta de esa estúpida fiesta. Sólo muestra una sonrisa carente de emociones que la hiere emocionalmente tan fuerte que la deja al borde de la inconsciencia, pero ella es demasiado fuerte para poder hundirse; y menos ahora. La verdad le oprime tras los dientes, desea salir y poder inspirar aire puro. Forman parte de un acertijo de mentiras y verdades escondidas tras los corazones inservibles de los seres humanos, si así se pueden llamar, que tirados en el suelo descansan sin darse cuenta de la tensión que se es capaz de inhalar en el ambiente. Los deseos de la castaña son tan locos, tan profanos... tan atrevidos.
- ¿Que qué quiero yo? - sonríe. - Es muy simple, hasta lo vaís a entender. Además, sólo precisa de unos pocos segundos... - roza el filo del cuchillo escondido entre los pliegues de su extraña falda.
Está lista para decir la verdad.
Y la suelta. Las verdades se deslizan cual la hoja del cuchillo por las gargantas de los dos presentes. La morena, muerta al suelo cae. El chico, con cortes leves pero demasiado asustado para hablar. Se levanta y se sienta sobre la morena. Los ojos del incordio están abiertos a todo su tope y mira sin mirar con un horror inconfundible a su asesina la cual, con sumo cuidado, desliza la hoja por el rostro de esta y redondea los labios: se los arranca. Los tira. Una mentirosa menos.
Se acerca con cuidado al chico que se hace un ovillo tratando de ser pequeño en el sofá. Se sienta con cuidado a su lado y con, solamente, la punta le roza la columna vertebral. Sigue su forma y nota el escalofrío del joven.
- ¿Por qué no decimos la verdad? Sé que quieres saberla... - apoya su pecho sobre la espalda del joven y se amolda a su cuerpo: trata de ser una bola a su al rededor, como él. Presiona el cuchillo contra su nuca y lame el pequeño rastro que la sangre deja. Le resulta tan atractivo el férrico sabor de la sangre que cae en la tentación de absorver cual vampiro mitólogico. Pero ella no se derrite al ver el sol o cruces. No arde al entrar a las iglesias. Pero sí es inmortal, como ellos. - La verdad es que te quiero. Pero juegas de pena.
Una presión más certera.
Adiós muchacho.
Guardan silencio, nadie habla. El ambiente es demasiado espeso, incómodo, extraño. No quieren decir la verdad, no desean aflorar sus deseos más profanos. Son sólo los tres, las tres personas que desearon jamás encontrarse: todo un peligro. Cual triángulo problemático de las típicas parejas que siempre terminan felices en las películas de comedia romántica; sí, esas tan falsas que no se asemejan ni en el color de la vida a la reliadad. Toda una burda mentira.
- ¿Qué hacemos? - ajeno a la escena que concurre a su al rededor trata de animar el ambiente. Pobre infeliz.
- ¿Qué quieres hacerm... hacer tú? - dice provocativa y con voz melosa la chica de pelo corto moreno situada a su izquierda. Se sienta sobre sus piernas en el sofá para tener más comodidad a la hora de echarse sobre el muchacho. Se apoya en su hombro y roza con la punta de su nariz la mejilla de este. Juega sucio, muy sucio.
La chica restante les mira tras los mechones de su desordenado pelo castaño. Juega a rizar las puntas para darle aire informal a la necesidad que tiene de levantarse y gritar odo, de expulsar afuera todo el miedo y la mentira. Descubrirlos. Está sentada a la derecha del muchacho y observa con atención la sonrisa falsa de la morena; le parece ridícula. Es un estorbo en su plan, pero un divertido juguete. Alguna que otra mentira más.
- Algo que podamos hacer los tres... - dice el incómodo muchacho - A tí, ¿qué te apatece?
Se ha dirigido a la callada, a la derecha. A la extraña. A la distante. Pero ella no le habla, al menos le mira. La verdad es que no ha movido sus labios desde que entró por la puerta de esa estúpida fiesta. Sólo muestra una sonrisa carente de emociones que la hiere emocionalmente tan fuerte que la deja al borde de la inconsciencia, pero ella es demasiado fuerte para poder hundirse; y menos ahora. La verdad le oprime tras los dientes, desea salir y poder inspirar aire puro. Forman parte de un acertijo de mentiras y verdades escondidas tras los corazones inservibles de los seres humanos, si así se pueden llamar, que tirados en el suelo descansan sin darse cuenta de la tensión que se es capaz de inhalar en el ambiente. Los deseos de la castaña son tan locos, tan profanos... tan atrevidos.
- ¿Que qué quiero yo? - sonríe. - Es muy simple, hasta lo vaís a entender. Además, sólo precisa de unos pocos segundos... - roza el filo del cuchillo escondido entre los pliegues de su extraña falda.
Está lista para decir la verdad.
Y la suelta. Las verdades se deslizan cual la hoja del cuchillo por las gargantas de los dos presentes. La morena, muerta al suelo cae. El chico, con cortes leves pero demasiado asustado para hablar. Se levanta y se sienta sobre la morena. Los ojos del incordio están abiertos a todo su tope y mira sin mirar con un horror inconfundible a su asesina la cual, con sumo cuidado, desliza la hoja por el rostro de esta y redondea los labios: se los arranca. Los tira. Una mentirosa menos.
Se acerca con cuidado al chico que se hace un ovillo tratando de ser pequeño en el sofá. Se sienta con cuidado a su lado y con, solamente, la punta le roza la columna vertebral. Sigue su forma y nota el escalofrío del joven.
- ¿Por qué no decimos la verdad? Sé que quieres saberla... - apoya su pecho sobre la espalda del joven y se amolda a su cuerpo: trata de ser una bola a su al rededor, como él. Presiona el cuchillo contra su nuca y lame el pequeño rastro que la sangre deja. Le resulta tan atractivo el férrico sabor de la sangre que cae en la tentación de absorver cual vampiro mitólogico. Pero ella no se derrite al ver el sol o cruces. No arde al entrar a las iglesias. Pero sí es inmortal, como ellos. - La verdad es que te quiero. Pero juegas de pena.
Una presión más certera.
Adiós muchacho.
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