No huyan.

No teman de la oscuridad que aquí se pueda encontrar. No come a las personas, no las absorbe. Sólo formarán parte de un mundo loco.
Entre sin miedo.

sábado, 23 de abril de 2011

El Fin puede ser también el Comienzo.

Las olas arremeten contra las rocas del desierto paseo marítimo tan innovador que había sido construido apenas meses atrás. Jamás sus pies descalzos habían pisado ese sitio, ni acercarse a la playa, ni al mar ni a ningún sitio que diese libertad a su ser. Le dolían las plantas de la larga caminata que sus pasos vacios de sentido habían decidido conducirla hacía allí, el agua salada tan purificadora curaría sus heridas cuando, al pasar por encima de las desnudas olas, los pequeños charcos de agua marina que, en ocasiones, el crepitar de las olas dejaba con su fina espuma blanca llena de sal que al rato desaparecía dejando un pequeño lago como si una persona allí hubiese yacido llorando por lo cual sus lágrimas pasaban ligeramente desapercibidas entre la lluvia que se arremolinaba en torno a ella. Se sentía como en el ojo de un huracán que quiere hacer que se desprenda de cada miseria que su cuerpo ha albergado todo este tiempo hasta que decidió huir. Sigue dando los pasos a ciegas pese a que en ocasiones su piel resbala en la roca húmeda produciendo que su equilibro le de falsas esperanzas y las ilusiones de caer al agua y terminar aparezca tan rápido como se van al pensar en la tontería tan grande que es eso para una persona como es ella. 
Extiende los brazos y pone rectas las palmas de las manos para tratar de sobrevolar como las gaviotas ante las tormentas y poder mantener su postura recta; como un acróbata de circo, coloca un pie delante de otro y anda así esquivando rocas y espuma salada hasta el final del trayecto. De sus labios sale una cancioncilla infantil que, con los mismos pasos que ella misma daba, se jugaba en el patio del recreo:
- Chapi, Chapo, Chapi, Chapo... - Susurra la cantinela de su infancia queríendo regresar a ella.
Echa la cabeza hacía atrás en el momento en el que la lluvia hace el completo acto de presencia en la escena para borrar cualquier resto de la otra agua salada que hay en el lugar. La gente de la calle sacan sus paraguas y se defienden de las agradables aguas dulces caídas del cielo para que no estropeen su estúpida fachada que tanto quiere mostrar pero que en realidad no es absolutamente nada más que una mascara que se colocan por la mañana para que el restro del día les acompañe y no les defraude a la hora de engañar a los demás inquilinos de este estropeado mundo; por un instante, sólo unas décimas de segundo o tal vez un poco más sin exagerar, sus miradas oscilan de los pasos de la calle a la muchacha, que bailoteaba con la cabeza apuntando arriba y una tierna y desquiciada sonrisa en los labios, y sin importarles apenas su procedencia pensaban que de una loca se trataba que fugada del psiquiátrico andaba corriendo de un lado a otro y que, si Dios lo quería, terminaría ahogándose en las aguas profundas que se llevarían su alma y sus restos a donde nadie pudiese recuperarlos. Y ahí terminaba el pensamiento, a nadie se le ocurria pensar que la familia de la joven andaría buscándola o que podía ser que alguien la hubiese drogado, se hubiese escapado y ahora la buscaban para darla caza y matarla. Pero claro, si no es familiar ni conocido, ¿para qué preocuparnos?.
Hipócritas.
Y la joven no quiere reconocer que vive en un mundo pobledo de ellos pero sabe en el fondo que es verdad y que no puede negarlo en absoluto que,tanto su alma como las de los otros, están condenadas a caer en las manos desgarradoras del olvido y el dlor por mucho que traten de repelerlo los encontrará y, cuanto más tarde en hacerlo, más duro para sus ancianas penas será. Pero eso ahora le da igual, no la importa nada que le pueda hacer más daño que el cardenal que comienza a aflorar en la mejilla de su cara que antaño fue de porcelana irrompible y ahora estaba tan desgarrada. Había huido de la persona que la mataba por dentro y ahora se sentía libre, había luchado con fuerza contra su mal personal y ahora sabía que ya no le iba a hacer nada más que dejarle esa pequeña y marcada huella, que todo iba a quedarse como una pesadilla que nadie desea al irse a dormir. Una risa, ligeramente estridente, escapa por entre sus dientes y sus labios se curvan en una sonrisa que acompañe la felicidad y locura que en esos momentos inunda cada parte de su ser dándole esa esperanza que los demás que vivimos en este mundo tan absurdo no somos capaces de sentir.
La muchacha nota la mirada de alguien atrás, se gira sobre sus talones con el vestido de la última cena empapado en lágrima, mar y lluvia con unas ligeras manchas de sangre que algún día se irán. Un niño pequeño de ojos y pelo morenos la mira con un paraguas con forma original de rana, lleva el pijama de ositos puesto, un peluche de un conejito asoma por el brazo contrario con el que sujeta el pequeño paraguas, y las botas de agua están mal colocadas. El infante la mira con una lágrimita queriendo asomar por sus ojos pero sin llegar a hacerlo; extiende un poco el paraguas hacía la joven con miedo a la lluvia húmeda.
Una sonrisa de la desconocida le desconcierta, con un bailecito bastante extraño y descordinado con ligeros trompicones se acerca al pequeño para alzarlo en sus brazos y sostener para ambos en paraguas. Con una mano, y muy hábilmente, le pone bien los zapatos al pobre niño que ya debía de doler más que suficiente.
- ¿Tú también estás solo, pequeño?
El niño, por toda respuesta, señala hacía la derecha de ambos para demostrar una dramática escena de un choque de autos. Dos coches que a toda prisa corrian para salvar la vida de un niño pensando que su idea era la correcta sin llegar a ver que los dos olvidaban que el niño tenía todo el derecho del mundo a decidir sobre su propia e inaccesible felicidad. La joven apoya la cabeza morena del nene en su hombre y le tapa la vista de la escena. Puede ver a los policías sacar dos cadáveres de los coches y taparlos con lonas negras para que la morgue se hiciese cargo de ellos mientras apartaban a curiosos y periodistas.
Sabe que esta mal, puede ser secuestro, pero sabe que nadie va a quererla más que ese huerfanito y sabe que nadie va a cuidar mejor de él que ella misma que conocía el principio y fin del dolor.

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