No huyan.

No teman de la oscuridad que aquí se pueda encontrar. No come a las personas, no las absorbe. Sólo formarán parte de un mundo loco.
Entre sin miedo.

miércoles, 16 de marzo de 2011

¿Te has dado cuenta? ¿No? Acaba de caer un ángel del cielo.

- ¡Hola! Mi nombre es Terrance, 
soy un gatito tierno y mayor
que me gusta andar y conocer personas.
Me gusta que sepan las cosas malas y buenas
ya que cualquiera de ellas nos puede pasar a nosotros...
Y, por eso, quiero contarte una bonita historia,
el relato de mi vida.


Sí, ese soy yo.
Ahí mordisqueaba con cuidado y cariño el dedo de mi dueña.
Recuerdo que su piel siempre olía a miel y azúcar;
me daba de comer delicias.
Siempre estaba dispuesta a protejerme,
nunca me dejaba mucho tiempo solito,
si yo enfermaba, ella estaba conmigo.
Me cuidaba con esmero, y desapareció.
Un día me dejo solito...


Yo esperé meses delante de la ventana fantaseando que volvía a subir por el camino,
no ocurrió jamás.
No volví a oír sus pasos sobre la gravilla de la entrada;
no volví a oler su miel y azúcar.
Estuve tan apenado que dejé de comer,
ya no salía a pasear con mis amigos,
dejé cualquier relación e interacción de lado.
Yo sólo la echaba de menos con total pasión...
Estava solo.
Así que,
por miedo al abandono y al dolor,
me escondí en la cestita de hilos con los que solía coserme juguetes
y pasé allí los siguientes meses deseando despertar.




Pero la pesadilla no se pasó jamás.
Hoy por hoy todavía sueño en que me despierto acurrucado en su regazo.
Pero no es más que la arena en la que duermo
porque,
al irse ella yo ya no tuve hogar.
Mi sitio estaba a su lado y salí en su busca.
Me despedí de Ricky,
un gran amigo de la familia y mi protector.




Ahora me tocaba ser mayor y afrontar mis penas.
Tenía la misión de encontrar a mi dueña,
de oler su piel de nuevo,
buscar mi camino a su lado,
volver a mi hogar sin mirar atrás.
Y, crecí.
Maduré con el simple hecho de pensar en el encuentro final,
con la esperanza de que ella no me hubiese abandonado.
Y, por ello, viajé.
Seguí diversos olores que me llevaron a lugares que sólo veía en la televisión.
En todo camino me encontré con montones de gatitos,
millones de pajaritos
y comí bastantes ratas.
Hasta que un día hallé en un callejón
a una gatita peleona.
Éramos jóvenes,
no sabíamos mucho;
pero me acompañó.



Su nombre:
Celine.
Su olor:
Miel y Limón.
Mi estado:
Realmente enamorado de su mirada.
Y de su olor,
me recordaba a cada minuto con mi dueña,
tanto incluso que,
cada vez que miraba con cuidado a sus pupilas,
creía ver en ellos la mirada afelinada de mi dueña.
No dejé de andar,
ella me acompañó con cuidado
y con respeto.
Dormíamos donde caíamos




Pero nunca llegamos a más.
Nuestra relación era símplemente perfecta.
Celine y yo no tuvimos gatitos,
no podíamos darles la vida que ellos necesitaban.
Yo creía que los dos pensábamos eso.
Y por eso Celine me abandonó...
Se fue y sentí de nuevo el mismo vacío que aquel día
la misma hora en la que mi mundo se arrojó,
había perdido por segunda vez la miel.
Volví a mi casa,
o lo que yo creía por casa,
y, al entrar por la puerta especializada para mí,
ahí estaba.
El recuerdo de mi dueña impregnaba el aire,
me había echado de menos.
Sí, ese era mi hogar.
Ella cuidaría de mí desde el más allá
o desde donde estuviese.
Y yo ya no podría ser más feliz.



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